viernes, 18 de noviembre de 2016

Es sólo una idea y no está corregida (y no lo estará)

La primera en enterarse fue Lara, mi ahijada. Le costó mucho entender que sucedía, cómo el cóctel que armó recién pasadas las doce de la noche no había funcionado... Lo conflictivo de la relación con sus viejos fue el frasco de plástico, el fantasma de sus inexistentes kilos demás y la pelea con su novio fueron el vaso de agua, y la traición de su amiga que hace una semana le dejó de hablar fue la media docena de Barbitúricos. 
Ya sin ánimos de más, la decisión estaba tomada, el punto final debía de dibujarse y las despedidas se escribían en papeles, guardadas en sobres que se lacraron con algunas lágrimas saladas.
Pasaron 15 minutos y pensó "cuanto que tarda esto... ¿lo habré hecho bien?", "¿estarán vencidas esas pastillas viejas?". Pasó media hora y se empezó a impacientar "¡pero la puta madre viejo! ¿ni siquiera el suicidio me sale bien?". 
Al cabo de una hora y haberse tragado una veintena de pastillas, Lara comprendió que La Muerte no iba a acercarse a su cuarto, que aunque ella la hubiese invocado con la tristeza más honda y más espesa, el único que le iba a responder iba a ser el techo y su mancha de humedad que se comunicaba con ella mediante la gotera que caía en su cama, el idioma que Lara más conocía.

Durante la mañana apareció en Crónica TV un señor de unos 60 años muy verborrágico, con la corbata mirando al sur y el saco mirando al norte, los pelos parecían el escaso pasto de los potreros abandonado al lado de la unión entre la General Paz y la autopista Dellepiane. 
"¡No hay más muerte!" "¡No se muere más nadie!" gritaba exaltado. El periodista le preguntaba por qué, cómo podía ser, y el portero de Flores contaba que esa mañana, cuando salía a baldear la vereda, pegó un patinazo en el piso mojado, y cabeceó con la nuca el cordón de hormigón, que sería imposible que no haya muerto al instante. 
Lo que me fascinaba de su relato -más allá de ser una caricatura viviente- fue cuando mencionó que ni siquiera dolor de cabeza tenía. Me permití dudar, luego de dos casos donde la cosechadora de la eterna noche vagueó, uno tiene que hacerlo...

Para la tarde la locura era generalizada, los hospitales reportaban que no hubo ningún deceso a lo largo de todo el día, que no llegó gente accidentada, ni de armas blancas, ni de fuego. Como si hubiese venido Dios, agarró al revés el lápiz con el que escribió el mundo y borró el dolor físico de la tierra. ¿Y ahora qué vamos a hacer con tanta libertad? ¿con tanta expectativa de vida? ¿nos volvimos infinitos? ¿hasta cuando vamos a vivir? ¿hasta cuando La Muerte se habrá ido? ¿SE MURIÓ LA MUERTE?

Esas preguntas se transformaron en titulares de algunos diarios y portales, pero el misterio se develó pronto.
Para las 8 de la mañana del día siguiente, tres dueños de los principales diarios del país habían desafiado a la muerte o al #ImmortalChallenge como le pusieron en las redes. Luego de ver que sus secciones de avisos fúnebres estaban totalmente en blanco -a excepción de dos chistosos que saludaban a La Muerte en su ídem- los diarios fueron a pérdida por un día, perdieron al rededor de 15mil millones de pesos, entonces decidieron intentar quitarse la vida y lo lograron. ¿La Muerte había vuelto en forma de justicia poética?. 
Lo que nadie supo hasta entonces es que los diarios se mantenían gracias a los avisos fúnebres. Cuando en 1631, Theóphraste Renaudot fundó La Gazette de France, se dio cuenta de que era imposible mantener un periódico si no era por los avisos fúnebres, pero Theo (como le decían los amigos) tenía la mala suerte de vivir en la Francia de Luis XIII, el justo, donde no abundaban víctimas de esta extraña señora, y los pocos que habían eran vagabundos o mendigos que nadie quería recordar... Entonces no tuvo mejor idea que ocultar su rostro tras una máscara y salir por las noches a asesinar algún propietario o latifundista, alguien que su familia quisiera recordar.
Esta práctica se sigue reproduciendo aún hoy, comandos de sicarios son contratados por los diarios para asesinar gente y para que su familia lo recuerde en el diario y este pueda generar riquezas.

Y así fue como la industria del periodismo gráfico inventó lo peor de la vida sólo para su riqueza.

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