martes, 27 de agosto de 2013

De los barcos, y con historias

Recuerdo que éramos pocos y éramos muchos a la vez.
Éramos pocos para cuando había que sonreír, no éramos pocos, éramos ninguno.
Y éramos muchos para cuando había que comer, demasiados que no alcanzaba lo que había (si es que había algo más en la olla ya fina de tanto rascarla).
Ahí fue cuando conocimos el tan amargo como aspero gusto a tierra.
Pero a mamá no le importaba que no haya comida para todos o para ninguno solo le importaba que él vuelva, que vuelva Paula vivo. Para abrazarlo aunque sea una vez más.
En ese entonces la única alegría en el hogar era Juanillo, él con su cola en forma de espiral no comprendía los tiempos que vivíamos, aunque sí sabía que Paula no estaba, y ya tendría que haber vuelto.
Por las noches escuchaba a mamá llorar en el patio. Juanillo venía a despertarme para que abrace a mamá... pero lo terminaba echando. Yo también quería llorar, y lo hacía sola. De fondo seguía escuchando el llanto de mamá, hasta que a su llanto se le sumó otro, pero uno distinto, raro. Tenía una forma más torpe, no era un llanto fluido. Decidí levantarme de la cama, desanclarme de las lagrimas que estaban abrazadas a la almohada para ver quien era.
Y sí, era él. El chancho lloraba con mamá, hacía lo que yo no.
Pasaron las semanas, pasó el tiempo, pasó todo menos el dolor. Mamá seguía llorando y Juanillo también.
Llegamos a un momento donde ya no alcanzaba para nada, y sí. Había que matar al chancho para comer, ¿Pero quién iba a ser capaz de matar a nuestra última alegría, a nuestro último consuelo?
Mamá intentó, pero no pudo... Decidió que lo mejor era venderlo.
Ahí iba nuestro querído puerco.
Dolió tanto como saber que Paula no iba a volver...
Pero bueno ya no había más nada que hacer, decidimos irnos todos a dormir porque no había mucho que hacer.
Eran las 2 a.m. y se escucha un ¡PUM!, algo enorme había caído en la casa, y ese algo enorme era la puerta que Juanillo había tirado con su trompa porque nos extrañaba, porque no quería irse. Pero aún así su nuevo dueño llegó a casa y se lo llevó.
Nunca volvimos a ver a Juanillo y tampoco a Paula.