viernes, 26 de junio de 2015

Hacelo

Tendría 9 o 10 años, pero me acuerdo como si hubiese pasado ayer.

Corrí la cortina del micro para que los rayos que mandaba Febo me llenaran el rostro de luz, el gigante de aluminio que nos transportaba a algún lugar recóndito de la provincia de Buenos Aires -aunque intuyo no muy lejos de Gral. Rodríguez, o esa zona- en donde pasaría mi primer campamento.
Pero lo importante no era ni el micro, ni el lugar físico donde iríamos, ni armar carpas, me atrevería a decir que tampoco el ansiado momento de jugar al fútbol, donde nosotros, los más chicos, íbamos a desafiar a los más grandes, que para esa época también eran unos borregos.
Lo que importaba era ella, también más grande, pero que tenía esa sonrisa gigante que me encandilaba la mente. A esa sonrisa que buscaba en todos los recreos, le sobrevolaban dos ojos muy oscuros casi negros a los que les imploraba que notasen mi existencia.

Lo primero que hice al pisar el club donde íbamos a acampar esa noche fue fichar el potrero.
Un amigo me acompañó mientras fantaseábamos con hacer el gol sobre la hora que nos de la victoria.
- ¿Cuantos crees que nos hacen mañana? -disparó desilusionado.
- Quedate tranqui, ellos son los que tienen miedo.
- ¿Por qué lo decís?
- Y porque saben que tenemos un par de jugadores buenos y que si pierden contra los más chicos los van a cargar todo el año hasta el próximo campamento.
- Pero ellos tienen a uno federado, en las inferiores de Vélez. Y también están los mellizos Ramírez que la mueven bastante.
- Sí pero nosotros tenemos recambio, ellos son 9 en todo el curso, son sólo 2 suplentes.
Me miró con un dejo de desconfianza, y un mohín de resignación.
La cancha nos pareció bastante más grande que la descripción que el profesor de educación física nos había dado un par de días atrás, los dos supimos que los arcos eran bastante altos para nosotros, que la cancha se nos iba a hacer inmensa, y que a ellos les iba a pasar totalmente lo contrario.

La tarde transcurrió bastante rápido, tanto que casi ni lo recuerdo.
Para eso de las 7 de la tarde hicimos una fogata, y se jugó a la guerra de canciones -ese juego donde hay que cantar una canción y con la letra que termina, el otro equipo debe empezar otra canción-.
El partido se había empezado a vivir, ellos contra nosotros, nosotros contra ellos. Todo se desató cuando casi sin pensar, uno de los nuestros empezó a corear levemente "Que mañana cueste lo que cueste"...

En el medio de la noche nos quisieron asustar haciendo ruidos y pateando la carpa, hasta que el casero del club los mandó a dormir a todos.
En mis sueños volvió a aparecer ella, con su sonrisa y sus ojos enormes que por primera vez me miraban.

A la mañana se armó el quemado mixto. No recuerdo muy bien como fue, pero terminé jugando con ella y también haberla salvado de que la eliminen saltando de palomita y cabeceando la pelota. Aunque sirvió de poco y nada, porque en la siguiente jugada me eliminaron a mí, por boludo, y a ella dos jugadas después, porque realmente no era muy buena jugando.

Se hicieron las 3 de la tarde, horario nefasto para patear un balón abajo del sol, pero bueno era la hora de la cita y más tarde había que emprender el retorno.
El primer tiempo fue muy trabado, ellos manejaron la pelota en todo momento y nosotros sólo la corríamos, hubo un tiro en el palo pero poco más, eramos la resistencia vietnamita contra los yankis con todas las ventajas.
Apenas arrancó el segundo tiempo tuvimos un poco más la pelota. Sin llegar al área rival, sin si quiera pisarla, pero bueno el balón era nuestro y nos daba un poco de tranquilidad.
Hasta que en un pase corto de la defensa al mediocampo la agarró uno de los mellizos, que al parecer era el que corría como Caniggia en el mundial 90. Nuestro Arquero no supo que hacer y salió a cortar lejos, el mellizo la picó y a cobrar. Nos habían clavado justo en nuestro mejor momento, estábamos escalando una montaña que de repente se hacía cada vez más empinada.
Fue en ese momento cuando me di cuenta que ella se sentó contra el paredón de la sombra en el potrero.Y claro, yo jugaba con un ojo en la cancha y uno en la tribuna, como casi todos.

Pocos minutos después pude quitarme al 5 de ellos de encima y encaré, al instante se me vino el central y a un par de metros atrás estaba el lateral que me imposibilitaba gambetear para ese lado, cuando de repente, lo ví a Santiago, mi amigo, el de ayer, que me hacia señas para que se la dé.
Creo que mi garganta soltó antes el grito de "¡HACELO!" que mis pies el pase-gol. Pero se la pasé, y el muy hijo de puta se dió el gustito de amagarle al arquero que tanto odiabamos y le definió a un costado, besando el palo. El partido se empataba y el profesor de educación física -que hoy auspiciaba de referí- nos advertía que quedaban 5, que sino era un gol-gana.
En el instante que la pelota pasó la linea del arco todos pensamos lo mismo: a defender.

Nos llovieron centros, todos nos retrasamos una línea, Santi que era el 9 jugaba de 10, yo que estaba ahí de enlace pasé a jugar de cinco tapón, y los mediocampistas pasaron a ser defensores, los defensores por su parte dejaron de serlo para transformarse en una nueva posición que no sabía salir del área.

Ya se había dado la orden del gol-gana. Internamente rezábamos para durar unos minutos más y que el profesor disponga patear penales, hasta que en otro pase corto, un mediocampista -o lo que supo ser un delantero- robó el balón. Pero esta vez se dió vuelta la historia, era nuestra única chance, de ese dominio de la pelota dependía nuestro futuro, Quico, como le decíamos a nuestro compañero cachetón, la paró, la guardó bajo su pie derecho como si fuese un diente de leche recién caído abajo de la almohada, diría que se durmió con la pelota abrazada al pie, levantó la cabeza -como siempre le recordábamos- y lo vió a Santi que empezó a correr como si lo persiguiera una horda de zombies. Entonces Quico le lanzó la pelota, lo más lejos posible, con la esperanza de que la agarre Santi o si no era eso posible, que termine el partido. Pero Santi corrió. Santi era nuestro Caniggia. Corrió y la alcanzó, encaró para el arco por la derecha. Mientras corríamos atrás de él, con la mirada le decíamos "hacelo, salvanos, es nuestra chance, ¡HACELO!" Se paró adelante del arquero y miró a su alrededor, el arquero temblaba porque sabía que si lo hacía, iba a ser él el responsable de esa derrota impávida.
Santi no dudó y me esperó. Sabía que yo necesitaba hacer ese gol para ganar no sólo el partido, sino visibilidad, sabía que yo necesitaba que esos ojos me miren. Y me la pasó, fue el centro-atrás más atrás de la historia del fútbol, la pelota salió del área, yo la veía venir como veía venir las patadas que me iban a alcanzar. Sin mirarla, pateé, no lo dudé y pateé. Le reventé el arco, le agujereé la red como nunca más lo volvería a hacer.
En el grito de festejo -que era solo nuestro- Santi me dijo:
- Andá a dedicarselo, no seas cagón.
- Qué importa si no me da bola jamás, ganamos lo demás no importa.

Cuando volvíamos hacia la mitad de cancha, se acercó y le dijo "Te lo dedica a vos, pero no se anima a decirlo porque además de goleador, es cagón".
Me miró, se sonrojó, y me sonrío.
Me sonrió y le sonreí.

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