lunes, 27 de abril de 2015

Me despertó el agua que me golpeaba y movía al ritmo de su marea, quise recordar como había llegado a hasta allí pero no podía, mi último recuerdo era una tarde en un parque con árboles, una brisa que no llegaba a viento y unas cuantas hojas en el suelo, debía de ser otoño aquél día.
Pero el sol que hoy me daba en el medio de la frente, mientras mi cuerpo flotaba en algún mar u océano muy azul, parecía ser mas primaveral porque quemaba bastante, la piel de la cara, los brazos y la panza me ardía como si hubiese estado cocinándome cual pollo en un horno.
Intenté ponerme en posición vertical para poder ver hacia el horizonte y llenar de felicidad el cuenco de mis ojos al encontrar un barco o, en su defecto, una orilla. Pero nada de eso ocurrió, para un lado había agua, para el otro había más agua con el sol ese que seguía fastidiando y cocinando mi existencia. Comencé a pensar que ya no me quedaba nada, que era un naufrago, como el de la película, nada más que aquél estaba en una isla y contaba con la envidiable compañía de Wilson.
Y cuando me creí estar más acabado que nunca y que ya no tenía nada al rededor, comencé a aferrarme a la idea de que todavía me quedaba mi vida y mi fuerza de voluntad, que todavía la cosa podía cambiar, que si tenía un poco de suerte iba a recordar las clases esas odiosas de natación que me obligaron a tomar cuando era un purrete. Y fue ahí que entendí que cuando queda nada, todavía queda algo... la nada.
Y la nada es infinita. Así que siempre va a haber un horizonte, inalcanzable, pero horizonte en fin.

Pd: no lo entiendo, pero tenía ganas de escribir alguna boludes.

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